Seymour nació en el esclavista estado de Louisiana, el 2 de mayo de 1870. Sus padres habían sido esclavos y, tras la Guerra Civil, fueron liberados, pero la violencia racial obligó a muchos negros del Sur a abandonar sus casas hacia tierras más tolerantes. La familia de Seymour continuó trabajando para sus antiguos amos. Pero cuando el joven William tuvo la oportunidad, decidió emigrar a los veinticinco años para encontrar un trabajo que le sacara de la miseria.
En Indiana, Seymour se integró en la Iglesia Metodista Episcopal Simpson Chapel, una rama de profunda tradición evangelística. Después se mudó a Ohio y tras recibir el rechazo por su condición racial, terminó integrándose en un grupo denominado Movimiento de Reforma de la Iglesia de Dios. Este grupo, radical en sus conceptos externos, le acogió muy bien. Al poco tiempo enfermó de viruela, perdiendo la visión en un ojo. Su enfermedad le animó a dedicar el resto de su vida al pastorado. Viajó a Texas y se instaló allí con unos familiares. En 1905 conoció a Parham, que realizaba una campaña evangelística en la ciudad de Houston. Poco después, Seymour se inscribió en el centro de estudios bíblicos creado por Parham en la capital de Texas. Después de completar sus estudios en la escuela bíblica, Seymour recibió una invitación de la señorita Nelly Ferry para pastorear una congregación en California.
La llegada de Seymour a Los Ángeles no pudo ser en un mejor clima espiritual; muchas iglesias de distintas denominaciones estaban experimentando un notable crecimiento. El primer sermón de William a la pequeña congregación fue sobre el texto de Hechos 2:4 (El día de Pentecostés). Su mensaje no fue muy bien acogido por algunos miembros de la congregación. Pero logró reunir un grupo de creyentes en febrero de 1906. Las reuniones en casas humildes no hacían presagiar el imponente movimiento que se estaba gestando en la ciudad. El grupo fue creciendo y un hermano de la iglesia recibió el primer bautismo del Espíritu Santo, aunque el propio Seymour no logró ser bautizado hasta días más tarde.
El crecimiento del grupo les animó a buscar un local para reunirse. Seymour y varios ancianos de la iglesia recorrieron las calles de Los Ángeles hasta dar con una vieja iglesia metodista abandonada, la capilla estaba en la calle Azusa.
William J. Seymour, el Profeta de Pentecostés, calificado como “el gritón sin letras, que impone sus interpretaciones a gritos” nos recuerda, salvando las distancias cronológicas y culturales, a la visión que tenía el Sanedrín en libro de Hechos cuando dice: Entonces viendo el denuedo de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras, se maravillaban y les reconocían que habían estado con Jesús. Los “vulgares” apóstoles, ninguno de ellos perteneciente a la clase alta de su época ni a la intelectualidad, levantaban al pueblo con sus enseñanzas heterodoxas. Llevando detrás suyo esa legión de “pobres, analfabetos o de poca preparación académica, carentes de conocimiento bíblico...que aceptan sin discernir todo lo que les den envuelto en sentimiento y aparente espiritualidad”, que siempre ha sido el grueso del Pueblo de Dios, porque el propio apóstol Pablo lo reconoce al describir en 1ª de Corintios capitulo 1º versículos 26 al 31, el tipo de personas que se acerca al Evangelio y que, a pesar de su escaso conocimiento, son recibidos por Dios.
SEYMOUR Y PARHAM
La calle Azusa se convirtió en poco tiempo en uno de los centros de difusión del Evangelio más notorio de la ciudad de Los Ángeles. Sus cultos eran muy animados, la mayoría de la congregación era afro-americana y expresaba de una forma notoria su efusividad. Los cultos, en algunas ocasiones, duraban diez o doce horas. En ocasiones los predicadores eran interrumpidos por la congregación, si está percibía que el mensaje no estaba respaldado por el Espíritu Santo. En este sentido se hizo famosa la “Madre Jones” una devota feligresa, que se ponía en pie cada vez que pensaba que el sermón no estaba siendo ungido.
Muy pronto la iglesia se llenó de gente de todas las clases. El pastor John G. Lake decía de las predicaciones de Seymour: Tenía el vocabulario más disparatado. Pero quisiera decirles que había médicos, abogados y profesores, escuchando las cosas maravillosas que brotaban de sus labios. No fue lo que decía en palabras, sino lo que decía de su espíritu a mi corazón, lo que me mostró que había más de Dios en ese hombre, que en cualquiera que yo hubiera conocido hasta ese momento. Era Dios en él quien atraía a la gente.
En 1906 Seymour comenzó la publicación del boletín La fe apostólica que llegó a tener veinte mil suscriptores. Los buenos tiempos dieron lugar a otros más lóbregos. Hubo varios divisiones internas y muchas iglesias de otras denominaciones atacaron la forma agresiva de predicar que tenía Seymour. A esto se unió la errada idea, de que el hablar en lenguas era un medio para evangelizar en países extranjeros. La confusión y el deseo de confirmación en la obra emprendida, llevó a Seymour a llamar a Parham, para que supervisara la iglesia de Azusa.
Tras la llegada de Parham a Los Ángeles, muy pronto surgieron las desavenencias entre los dos líderes y Seymour se sintió desanimado. Parham dedicó varios sermones a reprender algunas prácticas y enseñanzas de la iglesia. Seymour, en cambio, esperaba ayuda y comprensión, pero un abismo separaba dos visiones distintas del pentecostalismo.
Parham observó horrorizado la “libertad” excesiva en los cultos de la calle Azusa. Él era más partidario de un mover del Espíritu con orden. En la iglesia de Los Ángeles la gente bailaba, gritaba, se sacudía y temblaba. Parham narra su propia experiencia en Azusa: Me apresuré a llegar a Los Ángeles, y para mi completa sorpresa y asombro, encontré que la situación era aún peor de lo que había imaginado...manifestaciones de la carne, control espiritista, personas que practicaban hipnotismo a los que se acercaban al altar para recibir el bautismo, aunque muchos recibían el bautismo real del Espíritu Santo...Al hablar de las diferentes fases de fanatismo que hemos encontrado aquí, lo hago con todo amor y al mismo tiempo, con justicia y firmeza... Encontré influencias hipnóticas, influencia de espíritus familiares, influencias espiritistas, y toda clase de ataques, espasmos, personas que caen en trance...Una palabra sobre el bautismo en el Espíritu Santo. El hecho de hablar en lenguas nunca es producto de ninguna de las prácticas o influencias mencionadas anteriormente...El Espíritu Santo no hace nada que sea antinatural o impropio, y cualquier esfuerzo extraño al cuerpo, la mente o la voz no es obra del Espíritu Santo...El Espíritu Santo nunca nos lleva más allá del autocontrol o el control de los demás.
La disensión entre Parham y Seymour apuntan a dos visiones distintas de entender el pentecostalismo. Una visión de completa “libertad” en la que todo está permitido y otra, que se paraba a medir y discernir espiritualmente todas las supuestas manifestaciones del Espíritu Santo.
En mayo de l908 Seymour se casó con Jennie Evans Moore. En los años siguientes el número de personas que asistían a los cultos comenzó a descender. Seymor dejó la obra de Azusa en manos de varios ancianos y partió para Chicago. En el lugar de Seymour, la iglesia eligió a William H. Durham y la iglesia comenzó a crecer de nuevo. Durham y Seymour tenían ideas diferentes acerca de la pérdida de la salvación, produciéndose al poco tiempo la expulsión de Durham de la iglesia de Azusa y la formación de una nueva congregación, pastoreada por el expulsado. Seymour volvió al pastorado en Los Ángeles, pero la iglesia estaba casi vacía. El 28 de septiembre de 1922 sufrió un repentino ataque al corazón y murió. Su esposa pastoreó la iglesia hasta su desaparición definitiva.
En Indiana, Seymour se integró en la Iglesia Metodista Episcopal Simpson Chapel, una rama de profunda tradición evangelística. Después se mudó a Ohio y tras recibir el rechazo por su condición racial, terminó integrándose en un grupo denominado Movimiento de Reforma de la Iglesia de Dios. Este grupo, radical en sus conceptos externos, le acogió muy bien. Al poco tiempo enfermó de viruela, perdiendo la visión en un ojo. Su enfermedad le animó a dedicar el resto de su vida al pastorado. Viajó a Texas y se instaló allí con unos familiares. En 1905 conoció a Parham, que realizaba una campaña evangelística en la ciudad de Houston. Poco después, Seymour se inscribió en el centro de estudios bíblicos creado por Parham en la capital de Texas. Después de completar sus estudios en la escuela bíblica, Seymour recibió una invitación de la señorita Nelly Ferry para pastorear una congregación en California.
La llegada de Seymour a Los Ángeles no pudo ser en un mejor clima espiritual; muchas iglesias de distintas denominaciones estaban experimentando un notable crecimiento. El primer sermón de William a la pequeña congregación fue sobre el texto de Hechos 2:4 (El día de Pentecostés). Su mensaje no fue muy bien acogido por algunos miembros de la congregación. Pero logró reunir un grupo de creyentes en febrero de 1906. Las reuniones en casas humildes no hacían presagiar el imponente movimiento que se estaba gestando en la ciudad. El grupo fue creciendo y un hermano de la iglesia recibió el primer bautismo del Espíritu Santo, aunque el propio Seymour no logró ser bautizado hasta días más tarde.
El crecimiento del grupo les animó a buscar un local para reunirse. Seymour y varios ancianos de la iglesia recorrieron las calles de Los Ángeles hasta dar con una vieja iglesia metodista abandonada, la capilla estaba en la calle Azusa.
William J. Seymour, el Profeta de Pentecostés, calificado como “el gritón sin letras, que impone sus interpretaciones a gritos” nos recuerda, salvando las distancias cronológicas y culturales, a la visión que tenía el Sanedrín en libro de Hechos cuando dice: Entonces viendo el denuedo de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras, se maravillaban y les reconocían que habían estado con Jesús. Los “vulgares” apóstoles, ninguno de ellos perteneciente a la clase alta de su época ni a la intelectualidad, levantaban al pueblo con sus enseñanzas heterodoxas. Llevando detrás suyo esa legión de “pobres, analfabetos o de poca preparación académica, carentes de conocimiento bíblico...que aceptan sin discernir todo lo que les den envuelto en sentimiento y aparente espiritualidad”, que siempre ha sido el grueso del Pueblo de Dios, porque el propio apóstol Pablo lo reconoce al describir en 1ª de Corintios capitulo 1º versículos 26 al 31, el tipo de personas que se acerca al Evangelio y que, a pesar de su escaso conocimiento, son recibidos por Dios.
SEYMOUR Y PARHAM
La calle Azusa se convirtió en poco tiempo en uno de los centros de difusión del Evangelio más notorio de la ciudad de Los Ángeles. Sus cultos eran muy animados, la mayoría de la congregación era afro-americana y expresaba de una forma notoria su efusividad. Los cultos, en algunas ocasiones, duraban diez o doce horas. En ocasiones los predicadores eran interrumpidos por la congregación, si está percibía que el mensaje no estaba respaldado por el Espíritu Santo. En este sentido se hizo famosa la “Madre Jones” una devota feligresa, que se ponía en pie cada vez que pensaba que el sermón no estaba siendo ungido.
Muy pronto la iglesia se llenó de gente de todas las clases. El pastor John G. Lake decía de las predicaciones de Seymour: Tenía el vocabulario más disparatado. Pero quisiera decirles que había médicos, abogados y profesores, escuchando las cosas maravillosas que brotaban de sus labios. No fue lo que decía en palabras, sino lo que decía de su espíritu a mi corazón, lo que me mostró que había más de Dios en ese hombre, que en cualquiera que yo hubiera conocido hasta ese momento. Era Dios en él quien atraía a la gente.
En 1906 Seymour comenzó la publicación del boletín La fe apostólica que llegó a tener veinte mil suscriptores. Los buenos tiempos dieron lugar a otros más lóbregos. Hubo varios divisiones internas y muchas iglesias de otras denominaciones atacaron la forma agresiva de predicar que tenía Seymour. A esto se unió la errada idea, de que el hablar en lenguas era un medio para evangelizar en países extranjeros. La confusión y el deseo de confirmación en la obra emprendida, llevó a Seymour a llamar a Parham, para que supervisara la iglesia de Azusa.
Tras la llegada de Parham a Los Ángeles, muy pronto surgieron las desavenencias entre los dos líderes y Seymour se sintió desanimado. Parham dedicó varios sermones a reprender algunas prácticas y enseñanzas de la iglesia. Seymour, en cambio, esperaba ayuda y comprensión, pero un abismo separaba dos visiones distintas del pentecostalismo.
Parham observó horrorizado la “libertad” excesiva en los cultos de la calle Azusa. Él era más partidario de un mover del Espíritu con orden. En la iglesia de Los Ángeles la gente bailaba, gritaba, se sacudía y temblaba. Parham narra su propia experiencia en Azusa: Me apresuré a llegar a Los Ángeles, y para mi completa sorpresa y asombro, encontré que la situación era aún peor de lo que había imaginado...manifestaciones de la carne, control espiritista, personas que practicaban hipnotismo a los que se acercaban al altar para recibir el bautismo, aunque muchos recibían el bautismo real del Espíritu Santo...Al hablar de las diferentes fases de fanatismo que hemos encontrado aquí, lo hago con todo amor y al mismo tiempo, con justicia y firmeza... Encontré influencias hipnóticas, influencia de espíritus familiares, influencias espiritistas, y toda clase de ataques, espasmos, personas que caen en trance...Una palabra sobre el bautismo en el Espíritu Santo. El hecho de hablar en lenguas nunca es producto de ninguna de las prácticas o influencias mencionadas anteriormente...El Espíritu Santo no hace nada que sea antinatural o impropio, y cualquier esfuerzo extraño al cuerpo, la mente o la voz no es obra del Espíritu Santo...El Espíritu Santo nunca nos lleva más allá del autocontrol o el control de los demás.
La disensión entre Parham y Seymour apuntan a dos visiones distintas de entender el pentecostalismo. Una visión de completa “libertad” en la que todo está permitido y otra, que se paraba a medir y discernir espiritualmente todas las supuestas manifestaciones del Espíritu Santo.
En mayo de l908 Seymour se casó con Jennie Evans Moore. En los años siguientes el número de personas que asistían a los cultos comenzó a descender. Seymor dejó la obra de Azusa en manos de varios ancianos y partió para Chicago. En el lugar de Seymour, la iglesia eligió a William H. Durham y la iglesia comenzó a crecer de nuevo. Durham y Seymour tenían ideas diferentes acerca de la pérdida de la salvación, produciéndose al poco tiempo la expulsión de Durham de la iglesia de Azusa y la formación de una nueva congregación, pastoreada por el expulsado. Seymour volvió al pastorado en Los Ángeles, pero la iglesia estaba casi vacía. El 28 de septiembre de 1922 sufrió un repentino ataque al corazón y murió. Su esposa pastoreó la iglesia hasta su desaparición definitiva.
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