Durante el gran avivamiento en Gales, el doctor F.B. Meyer vio llegar una tarde,
a una concurrida reunión, a un joven ministro. Este joven se puso a pie y
oró a Dios en beneficio de dos de sus compañeros, que estaban riéndose y
burlándose en los asientos de atrás. Uno de esos hombres se puso
inmediatamente de pie y dijo:
—Eso
no es verdad. Yo no me burlaba. Simplemente dije que yo no era un infiel, sino
un agnóstico, y si Dios desea salvarme, le daré una magnífica oportunidad.
¡Dejémosle que lo haga!
Esta jactancia pareció golpear tanto a Evan Roberts que cayó de rodillas con su
alma acongojada. Pareció que su corazón mismo se quebrantaría bajo el peso
del pecado de este hombre. Un amigo del doctor Meyer, que estaba parado
cerca de él, dijo:
—¡Esto
es demasiado impresionante! Yo no soporto escuchar gemir así a este hombre.
¡Comenzaré a cantar para ahogarlo!"
—Haz
cualquier cosa, menos eso—,
dijo el doctor Meyer.
—Yo
quiero que esto se grabe dentro de mi corazón. He predicado el evangelio
durante treinta años con los ojos secos. He hablado a grandes masas de gente
sin que se conmueva ni uno de mis cabellos. Yo quiero que la pulsación de la
angustia de este hombre toque mi propia alma.
Evan Roberts sollozó ininterrumpidamente, y Meyer dijo:
—Dios
mío, permíteme también a mí, aprender a sollozar, que mi alma sea traspasada de
dolor mientras predico el evangelio a los hombres.
0 comentarios:
Publicar un comentario