Tentación



Tentación 
Autor: Thomas Lieth
En el mundo realmente vemos que la tentación pulula por doquier, pero el problema no está en el mundo como tal, sino que el problema somos nosotros mismos. Mas...“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”.






Un fabricante de golosinas publicita su mercadería de esta manera: “La tentación más irresistible desde que existe el chocolate”. En el mundo realmente vemos que la tentación pulula por doquier, pero el problema no está en el mundo como tal, sino que el problema somos nosotros mismos.

Mas en Santiago 1:12 al 15, leemos lo siguiente…

“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.

Seguramente algunos de nosotros hemos experimentado la siguiente situación: estamos sentados cómodamente en el sillón, completamente satisfechos luego de comer una cena apetitosa, cuando repentinamente alguien aparece con un paquete de papitas chips y las abre. Para escapar de la tentación tenemos sólo una escapatoria: pararnos e ir inmediatamente al baño, cepillarnos los dientes y desaparecer debajo de las sábanas de la cama. Sería extremadamente peligroso que permaneciéramos allí sentados. De ser así, sucumbiríamos a tan tentadora situación. Quizás podríamos resistirnos cinco minutos, pero sabemos que la mano terminará dentro del paquete, para llevarse dos o tres papitas a la boca. ¡Entonces, estaremos perdidos! Ya que la situación no terminará con el hecho de comer dos o tres papitas, sino que continuaremos comiendo hasta ver que la bolsa esté vacía. Una vez disfrutado ese deleite, tal vez reflexionemos y digamos: “en realidad hubiera sido mejor si hubiese resistido esta tentación”. Sí, el tema son esas palabras: “en realidad”.
En realidad no debería comer tanto dulce. En realidad debería dejar el cigarrillo. En realidad no debería beber tanto alcohol. En realidad no debería conducir tan rápido. En realidad no debería mentir. En realidad debería orar más seguido. En realidad debería anotar esto y aquello en mi declaración jurada. En realidad no debería hablar continuamente mal de aquella persona. En realidad no debería ser envidioso ni celoso. En realidad no debería codiciar a aquella mujer. En realidad no debería tener estos pensamientos. En realidad no debería jugar este juego, ni ver esta película. En realidad sería mejor si no escuchara esta música, y también si no tuviera estas revistas en mis manos. Y ¿sabe algo? En realidad ya sabemos todo esto. Pero no parece ser tan importante para nosotros, porque de ser así, en realidad ya lo habríamos dejado. ¿Sabe a qué se debe este comportamiento inconsecuente? No se debe a la tentación, ni tiene que ver con la prueba… 


... sino a la: Desobediencia 

Este comportamiento paradójico, me refiero a hacer algo a pesar que uno sabe que sería mejor no hacerlo, está arraigado en la desobediencia. En teoría ya sabemos las cosas, pero no es más que un mero conocimiento intelectual, que no ha llegado a nuestro corazón. Es decir, la fe aún no se ha manifestado en nuestra obediencia. Y es precisamente por eso que tantos cristianos juegan con fuego, porque todo comienza en una forma muy inocente. Pero ya hemos visto cómo diminutas colillas de cigarrillo ocasionan grandes incendios forestales… 

Por eso, no debemos: Jugar con fuego 

Pensemos en el siguiente ejemplo. Un muchacho bien parecido va de vacaciones con una chica bonita. Ambos creen en el Señor Jesucristo y ambos saben que “en realidad” no deberían ir solos. Es sabido que este tipo de viaje de vacaciones presenta ciertos peligros y tentaciones. Pero ¿qué podría suceder?, se dicen, ya que ambos conocen los límites. Basados en ese conocimiento, cuando planifican las vacaciones queda en claro que cada uno tendrá su propia habitación. Eso se da por sobreentendido. Dicho y hecho. Durante los primeros días del viaje, cada uno duerme contento y tranquilo en su propio cuarto. Pero evidentemente, el sol de la playa y el agua del mar, el estar lejos de la familia y del hogar, el ser desconocidos en ese lugar, el no tener amigos ni enemigos allí, los incentiva a no sentir que tienen que andar casi como esquimales, y menos con una temperatura de 35 grados a la sombra. Eso hace que paulatinamente se despierte en ellos el deseo de los ojos, y con el tiempo ya ninguno de los dos trata de evitar algún tipo de contacto físico. Pero obviamente, ambos saben dónde “en realidad” están los límites. A medida que hacen diferentes escalas en su viaje de vacaciones, sin quererlo, comienzan a pedir habitaciones dobles en los hoteles. Es que cuando tímidamente preguntaban si había dos habitaciones simples, recibían una mirada incrédula y hasta una sonrisa burlona. Luego, el administrador del hotel les hace percatarse que dos habitaciones simples son bastante más caras que una habitación doble. Este es un argumento que consideran importante, por lo cual deciden darle un vistazo a la habitación doble. ¡Y miren eso! ¡Qué maravilla! ¡Hasta hay dos camas separadas en la habitación! Una pequeña mirada les alcanza para decidir. “Sí, claro, nos quedaremos con esta habitación doble”. Una vez tomada esa decisión, a la segunda noche, una de las dos camas queda libre… 

¿Qué fue lo que faltó?: Firmeza al principio… 

Se debe ser firme al principio, luego el pecado huirá. Esto es lo que nos quieren decir las palabras de Santiago 4:7 y 8: “Someteos, pues, a Dios”. Este no debe ser un episodio único cuando nos convertimos y nacemos de nuevo, sino algo que se repita una y otra vez, pues la Biblia dice: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”. Acercarse a Dios es el principio y el final de la cuestión. ¿De qué manera nos acercamos a Dios? A través de la comunión constante con Él, a través de la oración, de la lectura, de escuchar su Palabra, y a través de la comunión con los santos, al asistir a todas las reuniones de la iglesia. Cuanto más involucrados estemos con Dios y su Palabra, menos cabida habrá en nuestro corazón para las tentaciones y los astutos ataques de Satanás. 

Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones”, dice la Palabra de Dios. El doble ánimo es la gran problemática de muchos cristianos. Implica que somos cristianos a medias. Sí, creemos que sabemos muchas cosas, que “en realidad” queremos agradar a Dios y servirle, pero al mismo tiempo queremos disfrutar del mundo. Es precisamente esta estrategia la que no funciona. No podremos resistir las tentaciones si realmente no nos decidimos a llevar de todo corazón una vida de santidad. 

Comencemos a: Andar en el Espíritu 

En Gálatas 5:16 leemos: “Digo, pues: andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. La tentación no consiste meramente en el erotismo y la sensualidad, sino que estamos hablando de tentaciones en general. La cuestión es: ¿queremos ser obedientes a Dios y dejar a un lado todas las cosas que nos conducen a la tentación? ¿Queremos alegrar o entristecer al Señor con nuestras vidas? 1 Juan 2:15 al 17 nos dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. ¿Estamos dispuestos a llevar a la práctica nuestro conocimiento teórico (“en realidad no debería hacer esto”)? ¿Acaso no queremos demostrar nuestra fe por medio de la obediencia?
No le demos cabida al pecado 

Dejemos de decir: “En realidad no debería hablar mal de mi prójimo” y, directamente, ya no lo hagamos. Debemos dejar de decir “En realidad no debería conducir tan rápido”, y ya no hacerlo. Debemos dejar de decir “En realidad ya no debería mentir”, y ya no hacerlo. Debemos dejar de decir: “En realidad no debería estar constantemente celoso y envidioso” y, directamente, ya no hacerlo. Debemos dejar de decir: “En realidad no debería continuar con esta relación”, y terminar directamente con la misma. Debemos dejar de decir “En realidad ya no debería leer estas revistas”, y directamente ya no tomarlas siquiera. Debemos dejar de decir: “En realidad debería agradar más a mi Señor y orar más”, y hacerlo. Atesoremos las palabras de Santiago 1:12 al 15. Ya no le dé cabida al pecado en su vida, sino ábrale el corazón a las palabras y a las obras de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. 

El Señor es quien fortalece 

Una persona incrédula no puede resistir las tentaciones, pero el Señor Jesucristo fortalece a quienes creen en Él y le aman, si así lo quieren. Si se lo pedimos con sinceridad, Él nos dará la fuerza necesaria para vencer las tentaciones, para ponerle fin a nuestros deseos y concupiscencias tentadoras. “¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (nos dice 1 Juan 5:5). El propio Jesús resistió la tentación, venciendo la seducción del mundo y obteniendo la victoria sobre lo satánico de este mundo. Tenemos la promesa de también disfrutaremos de esta victoria. La cuestión es si así lo deseamos. 


En 2 Tim. 2:22 dice: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor”. ¿Queremos atesorar esto? ¿Queremos agradar a Dios y vivir una vida que le satisfaga? 

El Señor nos dé a cada uno de nosotros la fuerza para querer hacer Su voluntad, y para hacerla. Amén. 

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