UN GIGANTE EN EL CAMINO DE LOS MINISTROS
Por CHARLES R. SWINDOLL
Sansón fue un hombre fuerte, pero con una gran debilidad por las mujeres. A pesar del hecho de que nació de padres piadosos, a pesar de que fue apartado desde su nacimiento para ser un nazareo y elevado a la envidiable posición de juez de Israel, él nunca conquistó al implacable gigante llamado lujuria. Al contrario, Sansón constantemente era conquistado por ella.
Algunas cosas que ilustran su inclinación lujuriosa se pueden observar en los registros de su vida que aparecen en el libro de los Jueces:
1. Las primeras palabras registradas que salieron de su boca fueron: Yo he visto en Timnat una mujer (14:2)
2. Se sintió atraído al sexo opuesto estrictamente por la apariencia exterior:
Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada (14:3)
3. Él juzgó a Israel por veinte años y luego volvió a su viejo hábito de perseguir mujeres: una prostituta en Gaza y finalmente Dalila (15:20-16:4).
4. Lo preocupaban tanto sus deseos lujuriosos que no se dio cuenta de que el Señor se había apartado de él (16:20).
Los resultados de las relaciones ilícitas de Sansón son conocidos por todos nosotros. El hombre fuerte de Dan fue llevado cautivo y se convirtió en un esclavo
en el campamento enemigo. Sus ojos fueron arrancados de su cráneo y fue designado para convertirse en el prisionero que movía un molino en una cárcel filistea.
La lujuria, un gigante encarcelador, ata, ciega y muele. El trigueño orgullo de Israel, quien una vez tuvo el más alto cargo en su tierra, era ahora el payaso calvo de filistea. Sus ojos nunca más volverían a mirar errantes. Su vida, antes llena de promesas y dignidad, era ahora un cuadro de la desilusión, la impotencia y la desesperación.
Anote en sus registros otra víctima de la lujuria. Los perfumados recuerdos de placeres eróticos en Timna, Gaza y el infame valle de Sorec, estaban ahora aplastados por la pútrida pestilencia de un calabozo filisteo.
Sin darse cuenta de esto, Salomón escribió otro epitafio. Éste era para la tumba de Sansón:
Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su
pecado. Él morirá por falta de corrección, y errará por lo inmenso de su locura.
(Proverbios 5:22-23).
Estas mismas palabras pudieran ser talladas en el mármol de muchas tumbas. Me
viene a la mente, por ejemplo, Marco Antonio, quien fue llamado el pico de oro de
Roma. Al inicio de su vida de adulto estaba tan consumido por la lujuria que en determinado momento su preceptor gritó muy disgustado:
Oh Marco, oh niño colosal... capaz de conquistar el mundo, ¡pero incapaz de resistir una tentación!
Pienso en un señor que conocí hace algunos meses. Un buen maestro bíblico itinerante. Me dijo que había estado manteniendo una lista confidencial de nombres de hombres que alguna vez fueron sobresalientes expositores de las Escrituras, hombres de Dios capaces y respetables, pero que naufragaron de su fe
en los bancos de arena de la corrupción moral. En aquel momento me dijo que la semana anterior había ingresado el nombre número cuarenta y dos en su libro de registros. Me dijo que esta estadística triste y sórdida había provocado que él tuviera extrema precaución y mayor discreción en su propia vida.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me contó esa historia. Nadie es inmune.
Usted no lo es, ni yo tampoco. La lujuria no hace distinción de personas.
Sea por medio de un asalto salvaje o una sutil sugerencia, la mente de un gran número de personas es susceptible a sus ataques: hombres o mujeres, profesionales brillantes, amas de casa, estudiantes, carpinteros, artistas, músicos, pilotos, banqueros, senadores, plomeros, promotores y predicadores. Su tentadora voz puede infiltrarse en la mente más inteligente y hacer que su víctima crea sus mentiras y responda a su tentación. Y cuidado, este gigante nunca se rinde, a él nunca se le acaban las ideas. Ponga cerrojos en su puerta principal y golpeará en la ventana de su dormitorio, se arrastrará sigilosamente hacia su sala por medio de la pantalla de su televisor o le guiñará el ojo desde una revista en su estudio.
¿Cómo maneja usted a tan agresivo intruso? Lo invito a que trate esto. Cuando la lujuria le sugiera un tentador lugar de cita, envíe a Jesucristo como su representante.
Que Él le diga a su indeseable pretendiente que usted no desea nada con ella, nada. Que el Señor le recuerde que debido a que usted y Cristo han sido unidos,usted ya no es esclavo de gigantes. Su muerte y resurrección lo liberó de la sofocación del pecado y le dio un nuevo Señor. Y antes de dar al gigante de la lujuria un fuerte empujón para sacado de su vida, que Cristo le informe que la paz
permanente y el placer de que está disfrutando en su nuevo hogar con Cristo, son
mucho más grandes que la excitación temporal de la lujuria y que usted no necesita su compañía nunca más para mantenerle feliz.
¿Seguiremos pecando ahora que no tenemos que hacerlo? El poder que ejercía el pecado en nosotros quedó roto cuando nos hicimos cristianos y nos bautizamos para entrar a formar parte de Jesucristo, cuya muerte desbarató el poder de nuestra naturaleza pecadora. Simbólicamente nuestra vieja naturaleza amante del pecado quedó sepultada con El en el bautismo en el momento que moría, y cuando Dios el Padre, con poder glorioso, lo volvió a la vida, se nos concedió su maravillosa nueva vida para que la disfrutáramos (Romanos 6:3-4,' La Biblia al
Día.)
Pero la lujuria es persistente. Si ese gigante golpea a su puerta una vez, lo volverá a hacer. Y volverá otra vez. Usted está seguro tan sólo cuanto dependa del poder de su Salvador. Trate de manejado por sí solo y perderá todas las veces. Esta es la razón por la que somos exhortados una y otra vez en el Nuevo Testamento a huir de la tentación sexual. Recuerde que el gigante de la lujuria está comprometido a hacer la guerra contra su alma. Le meterá en una batalla de vida o muerte, en un combate mano a mano. Corra a esconderse. Grite pidiendo refuerzos. Solicite un ataque aéreo. Si usted se mete en una situación que lo deje indefenso y débil, si deja su puerta tan sólo un poquito entreabierta, puede estar seguro de que aquel antiguo gigante la abrirá con disparos poderosos. Por lo tanto, nunca la deje abierta. No le deje ni una rendija abierta.
José fue un creyente dedicado y bien disciplinado y lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que no podía bromear con el gigante de la lujuria sin ser vencido por él. Cuando llegó el momento para una apresurada huida, el hijo de Jacob prefirió dejar su chaqueta tras de sí, antes que dudar y dejar su pellejo.
Pero Sansón fue tan qué pensó que pudiera acariciar la lujuria, inhalar su intoxicante perfume y disfrutar su caluroso abrazo sin correr el más mínimo riesgo de quedar atrapado. Lo que parecía ser una suave, inofensiva y atractiva paloma de amor secreto, se transformó en una maloliente y horrenda ave de rapiña.
La lujuria es una llama a la que ninguno debe atreverse avivar. Se quemará si lo hace.
Si Sansón pudiera ocupar mi lugar le entregaría a usted este mismo mensaje de advertencia, porque él, estando muerto, aún habla.
Algunas cosas que ilustran su inclinación lujuriosa se pueden observar en los registros de su vida que aparecen en el libro de los Jueces:
1. Las primeras palabras registradas que salieron de su boca fueron: Yo he visto en Timnat una mujer (14:2)
2. Se sintió atraído al sexo opuesto estrictamente por la apariencia exterior:
Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada (14:3)
3. Él juzgó a Israel por veinte años y luego volvió a su viejo hábito de perseguir mujeres: una prostituta en Gaza y finalmente Dalila (15:20-16:4).
4. Lo preocupaban tanto sus deseos lujuriosos que no se dio cuenta de que el Señor se había apartado de él (16:20).
Los resultados de las relaciones ilícitas de Sansón son conocidos por todos nosotros. El hombre fuerte de Dan fue llevado cautivo y se convirtió en un esclavo
en el campamento enemigo. Sus ojos fueron arrancados de su cráneo y fue designado para convertirse en el prisionero que movía un molino en una cárcel filistea.
La lujuria, un gigante encarcelador, ata, ciega y muele. El trigueño orgullo de Israel, quien una vez tuvo el más alto cargo en su tierra, era ahora el payaso calvo de filistea. Sus ojos nunca más volverían a mirar errantes. Su vida, antes llena de promesas y dignidad, era ahora un cuadro de la desilusión, la impotencia y la desesperación.
Anote en sus registros otra víctima de la lujuria. Los perfumados recuerdos de placeres eróticos en Timna, Gaza y el infame valle de Sorec, estaban ahora aplastados por la pútrida pestilencia de un calabozo filisteo.
Sin darse cuenta de esto, Salomón escribió otro epitafio. Éste era para la tumba de Sansón:
Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su
pecado. Él morirá por falta de corrección, y errará por lo inmenso de su locura.
(Proverbios 5:22-23).
Estas mismas palabras pudieran ser talladas en el mármol de muchas tumbas. Me
viene a la mente, por ejemplo, Marco Antonio, quien fue llamado el pico de oro de
Roma. Al inicio de su vida de adulto estaba tan consumido por la lujuria que en determinado momento su preceptor gritó muy disgustado:
Oh Marco, oh niño colosal... capaz de conquistar el mundo, ¡pero incapaz de resistir una tentación!
Pienso en un señor que conocí hace algunos meses. Un buen maestro bíblico itinerante. Me dijo que había estado manteniendo una lista confidencial de nombres de hombres que alguna vez fueron sobresalientes expositores de las Escrituras, hombres de Dios capaces y respetables, pero que naufragaron de su fe
en los bancos de arena de la corrupción moral. En aquel momento me dijo que la semana anterior había ingresado el nombre número cuarenta y dos en su libro de registros. Me dijo que esta estadística triste y sórdida había provocado que él tuviera extrema precaución y mayor discreción en su propia vida.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me contó esa historia. Nadie es inmune.
Usted no lo es, ni yo tampoco. La lujuria no hace distinción de personas.
Sea por medio de un asalto salvaje o una sutil sugerencia, la mente de un gran número de personas es susceptible a sus ataques: hombres o mujeres, profesionales brillantes, amas de casa, estudiantes, carpinteros, artistas, músicos, pilotos, banqueros, senadores, plomeros, promotores y predicadores. Su tentadora voz puede infiltrarse en la mente más inteligente y hacer que su víctima crea sus mentiras y responda a su tentación. Y cuidado, este gigante nunca se rinde, a él nunca se le acaban las ideas. Ponga cerrojos en su puerta principal y golpeará en la ventana de su dormitorio, se arrastrará sigilosamente hacia su sala por medio de la pantalla de su televisor o le guiñará el ojo desde una revista en su estudio.
¿Cómo maneja usted a tan agresivo intruso? Lo invito a que trate esto. Cuando la lujuria le sugiera un tentador lugar de cita, envíe a Jesucristo como su representante.
Que Él le diga a su indeseable pretendiente que usted no desea nada con ella, nada. Que el Señor le recuerde que debido a que usted y Cristo han sido unidos,usted ya no es esclavo de gigantes. Su muerte y resurrección lo liberó de la sofocación del pecado y le dio un nuevo Señor. Y antes de dar al gigante de la lujuria un fuerte empujón para sacado de su vida, que Cristo le informe que la paz
permanente y el placer de que está disfrutando en su nuevo hogar con Cristo, son
mucho más grandes que la excitación temporal de la lujuria y que usted no necesita su compañía nunca más para mantenerle feliz.
¿Seguiremos pecando ahora que no tenemos que hacerlo? El poder que ejercía el pecado en nosotros quedó roto cuando nos hicimos cristianos y nos bautizamos para entrar a formar parte de Jesucristo, cuya muerte desbarató el poder de nuestra naturaleza pecadora. Simbólicamente nuestra vieja naturaleza amante del pecado quedó sepultada con El en el bautismo en el momento que moría, y cuando Dios el Padre, con poder glorioso, lo volvió a la vida, se nos concedió su maravillosa nueva vida para que la disfrutáramos (Romanos 6:3-4,' La Biblia al
Día.)
Pero la lujuria es persistente. Si ese gigante golpea a su puerta una vez, lo volverá a hacer. Y volverá otra vez. Usted está seguro tan sólo cuanto dependa del poder de su Salvador. Trate de manejado por sí solo y perderá todas las veces. Esta es la razón por la que somos exhortados una y otra vez en el Nuevo Testamento a huir de la tentación sexual. Recuerde que el gigante de la lujuria está comprometido a hacer la guerra contra su alma. Le meterá en una batalla de vida o muerte, en un combate mano a mano. Corra a esconderse. Grite pidiendo refuerzos. Solicite un ataque aéreo. Si usted se mete en una situación que lo deje indefenso y débil, si deja su puerta tan sólo un poquito entreabierta, puede estar seguro de que aquel antiguo gigante la abrirá con disparos poderosos. Por lo tanto, nunca la deje abierta. No le deje ni una rendija abierta.
José fue un creyente dedicado y bien disciplinado y lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que no podía bromear con el gigante de la lujuria sin ser vencido por él. Cuando llegó el momento para una apresurada huida, el hijo de Jacob prefirió dejar su chaqueta tras de sí, antes que dudar y dejar su pellejo.
Pero Sansón fue tan qué pensó que pudiera acariciar la lujuria, inhalar su intoxicante perfume y disfrutar su caluroso abrazo sin correr el más mínimo riesgo de quedar atrapado. Lo que parecía ser una suave, inofensiva y atractiva paloma de amor secreto, se transformó en una maloliente y horrenda ave de rapiña.
La lujuria es una llama a la que ninguno debe atreverse avivar. Se quemará si lo hace.
Si Sansón pudiera ocupar mi lugar le entregaría a usted este mismo mensaje de advertencia, porque él, estando muerto, aún habla.
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