2 LLAVES PARA ESTUDIAR LA BIBLIA (Watchman Nee)
I. ESCUDRIÑAR
Juan 5:39 dice: “Escudriñad las Escrituras”. Hechos 17:11 dice: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra ... escudriñando cada día las Escrituras...” Lo primero que debemos hacer cuando estudiamos la Biblia es escudriñarla. Escudriñar significa indagar. Es decir, si queremos extraer algo de la Biblia, tenemos que examinar las Escrituras.
Debemos hacer como cuando buscamos en nuestro armario una prenda de vestir que se nos ha perdido. Sacamos muchas cosas con el propósito de hallar una sola. Entre las muchas palabras que Dios ha hablado, hay una que necesitamos en ese preciso momento. Hay una palabra que nos va a ayudar espiritualmente en ese momento particular y en esa ocasión particular. Puede ser que hayamos recibido una revelación, y necesitemos hallar el pasaje que la expresa y la explica en las Escrituras. Para encontrar estas cosas, tenemos que escudriñar toda la Palabra de Dios. Debemos acercarnos a la Biblia con una mente escudriñadora. Escudriñar significa leer deliberadamente y dedicar tiempo a la lectura. Tenemos que estudiar cada pasaje hasta que lo entendamos. Mientras leemos debemos preguntarnos: “¿Cuándo fue escrito esto? ¿Quién lo escribió? ¿A quién está dirigido? ¿En qué circunstancias se escribió? ¿Qué sentimiento hay detrás de este pasaje? ¿Por qué y para qué se escribió?” Debemos hacernos estas preguntas una por una, buscar la respuesta cuidadosamente y no detenernos hasta encontrar lo que buscamos.
Muchas veces, para contestar una pregunta, tenemos que buscar tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, elementos relacionados con el tema. Debemos examinar cuidadosamente toda la Biblia para que no perdamos nada importante. Algunas veces sabemos lo que buscamos en la Palabra de Dios, pero otras veces no; quizá en un estudio sólo busquemos una cosa, pero en otro tal vez busquemos muchas. Al escudriñar tenemos que ser extremadamente cuidadosos y meticulosos. No debemos permitir que una sola palabra o frase se nos escape. Tengamos presente que la Biblia es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16). Esto significa que cada palabra y frase es la palabra de Dios y está llena de vida. Tenemos que dedicar toda nuestra atención al leerla.
Se necesita paciencia para leer la Biblia. Si no entendemos algo, debemos regresar una segunda vez y leerlo hasta que entendamos lo que dice. Si Dios nos alumbra y abre nuestros ojos la primera vez, debemos darle las gracias por eso, pero si no nos ilumina ni abre nuestros ojos la primera vez, debemos regresar al pasaje en cuestión y estudiar cuidadosamente por segunda, tercera o centésima vez. Si encontramos algo en la Biblia que no entendemos, no debemos preocuparnos ni es necesario que nos forcemos mentalmente para comprenderlo. Tampoco necesitamos exigir que se nos dé luz. Lo que proviene de la cabeza no produce un “amén” en el espíritu. Las doctrinas que la mente formula son rechazadas por el espíritu. No debemos estudiar la Palabra de Dios valiéndonos de nuestro intelecto. Debemos ser pacientes y escudriñar con mucho detenimiento. Cuando llega el momento de Dios, El nos muestra algo. Muchas personas cometen el gran error de no escudriñar las Escrituras por sí mismas.
No debemos buscar siempre la ayuda de los demás, pues así descuidamos la lectura de la Biblia por nuestra cuenta. Por una parte, no menospreciamos las profecías, pues necesitamos la edificación de los profetas tanto como la de los demás ministerios, pero por otra, tenemos que estudiar la Biblia por nuestra cuenta. No podemos limitarnos a recibir la ayuda de los demás sin leer nosotros mismos.
II. MEMORIZAR
Pablo les dijo a los colosenses: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría” (Col. 3:16). Para que la palabra de Cristo more en nosotros ricamente, debemos por lo menos memorizar las Escrituras. Por supuesto, la memorización sola no hace que la Palabra de Dios more en nosotros, pero podemos decir que si uno no memoriza la Biblia, no será posible que ésta more en uno ricamente. Si simplemente memoriza las Escrituras, pero no abre el corazón a Dios y no es sumiso ni manso, dicha memorización no hará que la Palabra de Dios more en su corazón. Por otro lado, si una persona piensa que no necesita memorizar la Palabra de Dios y que basta con ser mansa, sumisa y abierta a Dios, tampoco hará que la Palabra de Dios more en su corazón. Al dirigirse a los efesios, Pablo les dijo: “Recuerden las palabras del Señor Jesús que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Para recordar las palabras del Señor, tenemos que memorizarlas. Si no la memorizamos, no nos será posible recordarla. El Señor Jesús memorizó las Escrituras cuando estuvo en la tierra. El pudo citar las palabras de Deutoronomio cuando fue tentado por Satanás (Mt. 4:1-10). Cuando entró en la sinagoga de Nazaret, pudo abrir el libro de Isaías y proclamar los mandamientos y la comisión que El había recibido de Dios (Lc. 4:16-21) Esto nos muestra que nuestro Señor conocía las Escrituras.
Por esta razón tenemos que ser mucho más diligentes en el estudio y la memorización de la Palabra. Si no la memorizamos olvidaremos lo que leemos, y cosecharemos pocos resultados. Especialmente los jóvenes deberían tratar de memorizarla y recitarla después de leerla con una mente escudriñadora. Debemos dedicar tiempo durante los primeros años de nuestra vida cristiana a la memorización de las Escrituras. Hay muchos pasajes de la Palabra que debemos memorizar, como por ejemplo: el salmo 23, el salmo 91, Mateo 5—7, Juan 15, Lucas 15, 1 Corintios 13, Romanos 2—3 y Apocalipsis 2—3.
Quienes tienen una buena memoria pueden memorizar más de diez versículos al día, y quienes no, pueden memorizar por lo menos un versículo por día. Todo lo que tenemos que hacer es dedicar cinco o diez minutos al día para estudiar un versículo, escudriñarlo y memorizarlo. En unos seis meses habremos terminado un libro como Gálatas o Efesios. Filipenses se puede concluir en cuatro meses, y Hebreos en diez meses. Los evangelios requerirán más tiempo. El evangelio de Juan se puede memorizar en dieciocho meses. Si los hermanos y hermanas jóvenes estudian la Biblia diligentemente desde el comienzo de su vida cristiana y memorizan por lo menos un versículo por día, podrían recitar los versículos más importantes del Nuevo Testamento en cuatro años.
Nos dirigimos a aquellos que tienen mala memoria. Quienes tienen mejor memoria pueden hacer más. Pero aun los que tienen mala memoria pueden memorizar un versículo al día durante los primeros cuatro años de su vida cristiana. Si hacen esto, establecerán un cimiento sólido para sí mismos en su entendimiento del Nuevo Testamento. Si nuestro corazón está abierto a Dios y somos mansos y si nuestra mente está puesta constantemente en la Palabra del Señor, nos será muy fácil memorizar las Escrituras. Si aprovechamos cada oportunidad para memorizar las Escrituras, la palabra de Cristo morará ricamente en nosotros. Si no permitimos que las Escrituras moren en nuestro corazón, será muy difícil que el Espíritu Santo nos hable. Siempre que Dios nos concede una revelación, lo hace usando la Biblia. Si no memorizamos las Escrituras, será muy difícil que la revelación de Dios llegue a nosotros. Por esta razón debemos mantener la Palabra de Dios en nuestra mente siempre. Memorizar las Escrituras no tiene como único fin grabarlas en la memoria, ya que también deseamos que establezcan el cimiento que nos permita recibir revelación.
Si memorizamos con frecuencia las Escrituras, podremos fácilmente recibir revelación e iluminación, y el Espíritu Santo podrá hablarle a nuestro espíritu. Por esta razón tenemos que dedicar tiempo para memorizar la Palabra, no sólo bosquejos, sino el texto mismo. Tenemos que memorizar con exactitud y esmero. Además de los pasajes cruciales que mencionamos, debemos reunir otros pasajes importantes y memorizarlos en conjunto. Por ejemplo: Si podemos recordar la cantidad de lugares de Judea y de Galilea donde el Señor Jesús estuvo, tendremos una idea más clara de la obra del Señor en conjunto, según se narra en los Evangelios. La obra del Señor se divide en dos secciones, la primera la llevó a cabo en Judea, y la segunda, en Galilea. Una vez que las memoricemos, veremos las riquezas que contiene la Palabra de Dios.
I. ESCUDRIÑAR
Juan 5:39 dice: “Escudriñad las Escrituras”. Hechos 17:11 dice: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra ... escudriñando cada día las Escrituras...” Lo primero que debemos hacer cuando estudiamos la Biblia es escudriñarla. Escudriñar significa indagar. Es decir, si queremos extraer algo de la Biblia, tenemos que examinar las Escrituras.
Debemos hacer como cuando buscamos en nuestro armario una prenda de vestir que se nos ha perdido. Sacamos muchas cosas con el propósito de hallar una sola. Entre las muchas palabras que Dios ha hablado, hay una que necesitamos en ese preciso momento. Hay una palabra que nos va a ayudar espiritualmente en ese momento particular y en esa ocasión particular. Puede ser que hayamos recibido una revelación, y necesitemos hallar el pasaje que la expresa y la explica en las Escrituras. Para encontrar estas cosas, tenemos que escudriñar toda la Palabra de Dios. Debemos acercarnos a la Biblia con una mente escudriñadora. Escudriñar significa leer deliberadamente y dedicar tiempo a la lectura. Tenemos que estudiar cada pasaje hasta que lo entendamos. Mientras leemos debemos preguntarnos: “¿Cuándo fue escrito esto? ¿Quién lo escribió? ¿A quién está dirigido? ¿En qué circunstancias se escribió? ¿Qué sentimiento hay detrás de este pasaje? ¿Por qué y para qué se escribió?” Debemos hacernos estas preguntas una por una, buscar la respuesta cuidadosamente y no detenernos hasta encontrar lo que buscamos.
Muchas veces, para contestar una pregunta, tenemos que buscar tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, elementos relacionados con el tema. Debemos examinar cuidadosamente toda la Biblia para que no perdamos nada importante. Algunas veces sabemos lo que buscamos en la Palabra de Dios, pero otras veces no; quizá en un estudio sólo busquemos una cosa, pero en otro tal vez busquemos muchas. Al escudriñar tenemos que ser extremadamente cuidadosos y meticulosos. No debemos permitir que una sola palabra o frase se nos escape. Tengamos presente que la Biblia es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16). Esto significa que cada palabra y frase es la palabra de Dios y está llena de vida. Tenemos que dedicar toda nuestra atención al leerla.
Se necesita paciencia para leer la Biblia. Si no entendemos algo, debemos regresar una segunda vez y leerlo hasta que entendamos lo que dice. Si Dios nos alumbra y abre nuestros ojos la primera vez, debemos darle las gracias por eso, pero si no nos ilumina ni abre nuestros ojos la primera vez, debemos regresar al pasaje en cuestión y estudiar cuidadosamente por segunda, tercera o centésima vez. Si encontramos algo en la Biblia que no entendemos, no debemos preocuparnos ni es necesario que nos forcemos mentalmente para comprenderlo. Tampoco necesitamos exigir que se nos dé luz. Lo que proviene de la cabeza no produce un “amén” en el espíritu. Las doctrinas que la mente formula son rechazadas por el espíritu. No debemos estudiar la Palabra de Dios valiéndonos de nuestro intelecto. Debemos ser pacientes y escudriñar con mucho detenimiento. Cuando llega el momento de Dios, El nos muestra algo. Muchas personas cometen el gran error de no escudriñar las Escrituras por sí mismas.
No debemos buscar siempre la ayuda de los demás, pues así descuidamos la lectura de la Biblia por nuestra cuenta. Por una parte, no menospreciamos las profecías, pues necesitamos la edificación de los profetas tanto como la de los demás ministerios, pero por otra, tenemos que estudiar la Biblia por nuestra cuenta. No podemos limitarnos a recibir la ayuda de los demás sin leer nosotros mismos.
II. MEMORIZAR
Pablo les dijo a los colosenses: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría” (Col. 3:16). Para que la palabra de Cristo more en nosotros ricamente, debemos por lo menos memorizar las Escrituras. Por supuesto, la memorización sola no hace que la Palabra de Dios more en nosotros, pero podemos decir que si uno no memoriza la Biblia, no será posible que ésta more en uno ricamente. Si simplemente memoriza las Escrituras, pero no abre el corazón a Dios y no es sumiso ni manso, dicha memorización no hará que la Palabra de Dios more en su corazón. Por otro lado, si una persona piensa que no necesita memorizar la Palabra de Dios y que basta con ser mansa, sumisa y abierta a Dios, tampoco hará que la Palabra de Dios more en su corazón. Al dirigirse a los efesios, Pablo les dijo: “Recuerden las palabras del Señor Jesús que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Para recordar las palabras del Señor, tenemos que memorizarlas. Si no la memorizamos, no nos será posible recordarla. El Señor Jesús memorizó las Escrituras cuando estuvo en la tierra. El pudo citar las palabras de Deutoronomio cuando fue tentado por Satanás (Mt. 4:1-10). Cuando entró en la sinagoga de Nazaret, pudo abrir el libro de Isaías y proclamar los mandamientos y la comisión que El había recibido de Dios (Lc. 4:16-21) Esto nos muestra que nuestro Señor conocía las Escrituras.
Por esta razón tenemos que ser mucho más diligentes en el estudio y la memorización de la Palabra. Si no la memorizamos olvidaremos lo que leemos, y cosecharemos pocos resultados. Especialmente los jóvenes deberían tratar de memorizarla y recitarla después de leerla con una mente escudriñadora. Debemos dedicar tiempo durante los primeros años de nuestra vida cristiana a la memorización de las Escrituras. Hay muchos pasajes de la Palabra que debemos memorizar, como por ejemplo: el salmo 23, el salmo 91, Mateo 5—7, Juan 15, Lucas 15, 1 Corintios 13, Romanos 2—3 y Apocalipsis 2—3.
Quienes tienen una buena memoria pueden memorizar más de diez versículos al día, y quienes no, pueden memorizar por lo menos un versículo por día. Todo lo que tenemos que hacer es dedicar cinco o diez minutos al día para estudiar un versículo, escudriñarlo y memorizarlo. En unos seis meses habremos terminado un libro como Gálatas o Efesios. Filipenses se puede concluir en cuatro meses, y Hebreos en diez meses. Los evangelios requerirán más tiempo. El evangelio de Juan se puede memorizar en dieciocho meses. Si los hermanos y hermanas jóvenes estudian la Biblia diligentemente desde el comienzo de su vida cristiana y memorizan por lo menos un versículo por día, podrían recitar los versículos más importantes del Nuevo Testamento en cuatro años.
Nos dirigimos a aquellos que tienen mala memoria. Quienes tienen mejor memoria pueden hacer más. Pero aun los que tienen mala memoria pueden memorizar un versículo al día durante los primeros cuatro años de su vida cristiana. Si hacen esto, establecerán un cimiento sólido para sí mismos en su entendimiento del Nuevo Testamento. Si nuestro corazón está abierto a Dios y somos mansos y si nuestra mente está puesta constantemente en la Palabra del Señor, nos será muy fácil memorizar las Escrituras. Si aprovechamos cada oportunidad para memorizar las Escrituras, la palabra de Cristo morará ricamente en nosotros. Si no permitimos que las Escrituras moren en nuestro corazón, será muy difícil que el Espíritu Santo nos hable. Siempre que Dios nos concede una revelación, lo hace usando la Biblia. Si no memorizamos las Escrituras, será muy difícil que la revelación de Dios llegue a nosotros. Por esta razón debemos mantener la Palabra de Dios en nuestra mente siempre. Memorizar las Escrituras no tiene como único fin grabarlas en la memoria, ya que también deseamos que establezcan el cimiento que nos permita recibir revelación.
Si memorizamos con frecuencia las Escrituras, podremos fácilmente recibir revelación e iluminación, y el Espíritu Santo podrá hablarle a nuestro espíritu. Por esta razón tenemos que dedicar tiempo para memorizar la Palabra, no sólo bosquejos, sino el texto mismo. Tenemos que memorizar con exactitud y esmero. Además de los pasajes cruciales que mencionamos, debemos reunir otros pasajes importantes y memorizarlos en conjunto. Por ejemplo: Si podemos recordar la cantidad de lugares de Judea y de Galilea donde el Señor Jesús estuvo, tendremos una idea más clara de la obra del Señor en conjunto, según se narra en los Evangelios. La obra del Señor se divide en dos secciones, la primera la llevó a cabo en Judea, y la segunda, en Galilea. Una vez que las memoricemos, veremos las riquezas que contiene la Palabra de Dios.
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