El adiestramiento de los guerreros
Peter Wagner |
Cuando los jóvenes se alistan en la marina, su primera parada es el campo de instrucción. Allí reciben un adiestramiento básico intensivo dirigido a hacerles pasar de la vida civil a la militar. El propósito principal del campo de instrucción es formar el carácter que sostendrá a un marino en las situaciones críticas del combate. Esto se lleva a cabo, en parte, mediante una disciplina física agotadora concebida para desarrollar tanto los músculos como el nervio del soldado. Pero más importante todavía es la preparación sicológica necesaria para asegurar que cada marinero crea en la misión de la Infantería de Marina, adquiera valor y autodisciplina, y esté plenamente preparado para someterse a la autoridad y obedecer a las órdenes sin hacer preguntas.
Sin ese adiestramiento básico del campo de instrucción, los marineros jamás ganarían una batalla y mucho menos una guerra.
EL CAMPO DE INSTRUCCIÓN ESPIRITUAL
La instrucción básica también se aplica a los cristianos que desean librar la guerra espiritual. Hay demasiados creyentes que quieren participar en la acción sin haberse sometido primero a esa disciplina necesaria para equipar a un guerrero para el combate. Y en la medida que lo hacen, quedan expuestos a serios ataques personales y corren el riesgo de traer descrédito al cuerpo de Cristo.
La guerra espiritual debe concebirse como una acción integrada por dos movimientos simultá-neos: el uno hacia arriba y el otro hacia fuera. Algunos los llaman «hacia Dios» y «hacia Satanás».
En un libro que ha llegado a ser un clásico cristiano, Quiet Talks on Prayer, [Pláticas silenciosas en la oración] S.D. Gordon señalaba, a principios de siglo, que «la oración es cosa de tres». En primer lugar tiene que ver con Dios, a quien oramos; luego, con la persona que hace la oración; y, por último, implica al maligno, contra quien se ora. «El propósito de la oración—dice Gordon—no es convencer a Dios o influir en sus decisiones, sino unir nuestras fuerzas con El en contra del enemigo».
El unirnos con Dios y hacer frente al diablo es esencial en la oración. «El verdadero esfuerzo no se realiza hacia Dios, sino hacia Satanás»—explica Gordon.
Aunque nuestro objetivo en la guerra espiritual es unirnos a Dios para derrotar al enemigo, jamás debemos olvidar que nosotros, por nosotros mismos, no tenemos ningún poder para vencer a este último. «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zacarías 4:6). El principio aquí es que resulta muy peligroso intentar avanzar demasiado hacia delante sin habernos movido antes lo suficiente hacia arriba. El movimiento hacia arriba constituye la enseñanza del campo de instrucción espiritual, mientras que el avance hacia delante es la batalla misma. Al igual que pasa con los marineros, no se puede ganar el combate sin haber hecho primero el período de instrucción.
LA ENSEÑANZA DE SANTIAGO
Un pasaje central para entender la relación existente entre las direcciones hacia arriba y hacia fuera es Santiago 4:7, 8:
Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
En el versículo 7, «someteos a Dios» es la relación hacia arriba, hacia Dios; y «resistid al diablo» es la que se dirige hacia fuera, hacia Satanás. Estos versículos detallan la acción hacia fuera destacando tres cosas que debemos hacer para resistir con éxito al diablo:
(1) someternos a Dios;
(2) acercarnos al Señor; y
(3) limpiar nuestras manos y purificar nuestros corazones. Estas son tres
partes esenciales de la enseñanza de un campo de instrucción espiritual ideado para equipar a los guerreros.
1. Someterse a Dios
Vivimos en una sociedad permisiva donde casi todo vale. Muchos de los adultos de hoy crecieron en hogares disfuncionales, sin aprender lo que significaba tener un padre amoroso que guiara a la familia, proveyera para los suyos y los protegiera, se ganara el amor y el respeto de sus hijos, y esperara también que éstos le obedeciesen. Y no son sólo los no cristianos quienes se encuentran en esa situación, también a algunos cristianos les cuesta trabajo identificarse con el mandamiento «Honra a tu padre y a tu madre» y con la amonestación bíblica de «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo» (Efesios 6:1). A menudo, hoy en día, la rebelión parece ser una actitud más popular que la lealtad. Los cristianos que jamás se sometieron voluntariamente a un padre natural, tienen con frecuencia dificultad para someterse a su Padre que está en los cielos. Buscan a Dios para que les dé amor, cariño, perdón y sanidad; pero retroceden ante sus demandas de obediencia y compromiso. Jamás se han reconciliado con la idea de que «Jesús es Señor». En la sociedad del primer siglo, cuando se escribió el Nuevo Testamento, nadie tenía la menor duda en su mente de que a un se-ñor había que obedecerle sin protestar. Los cristianos que no están dispuestos a obedecer a Dios incondicionalmente no se hallan más preparados para la guerra espiritual que un marinero que se niega a cumplir las órdenes de sus superiores. La Biblia utiliza un lenguaje bastante fuerte cuando se trata de la obediencia. ¿Cómo sabemos que conocemos a Dios? «En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos» (1 Juan 2:3). El Nuevo testamento no permite una separación artificial entre el amar a Dios por un lado y el someterse a El como a un amo por el otro—como muchos creyentes desearían que fuese en la actualidad—, sino que dice claramente: «Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos» (1 Juan 5:3). Nuestra vida de oración personal es el principal barómetro para medir la calidad de nuestra relación con Dios. El someterse a Dios es la primera lección en el campo de instrucción espiritual.
2. Acercarse a Dios
La segunda lección consiste en acercarnos a Dios. Esto tiene que ver con nuestra vida de oración personal. La oración en general es un amplio tema con muchas facetas sumamente importantes, pero ninguna hay más valiosa para un cristiano que quiera tomar parte en la guerra espiritual de un modo efectivo que la oración personal. ¿Y por qué es tan importante la oración personal? Nuestra vida de oración personal es el principal barómetro para medir la calidad de nuestra relación con Dios. Estoy de acuerdo con John Wimber cuando dice que «la intimidad con Dios en la oración es una de las principales metas de la vida cristiana». Jesús nos da el ejemplo. El mundo sabía que Jesús era auténtico porque sólo hacía lo que veía hacer al Padre (Juan 5:19). Wimber pregunta: «¿Y por qué es nuestra meta la intimidad con Dios?» A lo que responde perspicazmente que sólo manteniendo una íntima relación con el Padre «experimentamos perdón, renovación y poder para una vida recta. Únicamente en esa estrecha relación con Dios podemos oír su voz, conocer su voluntad y comprender su corazón».
Le guste o no, el acercarse a Dios requiere tiempo. Si estamos motivados para orar, el primero y el más importante de los actos de autodisciplina que se precisan es apartar períodos específicos para ello. Una vez que ha presupuestado usted el tiempo, se pone en acción una especie de ley de Parkinson espiritual, y la oración tiende a expandirse hasta llenar todo el tiempo disponible. Aquellos que no separan tiempo, particularmente los que racionalizan su renuencia a hacerlo con la excusa de que «oran sin cesar», por lo general acaban orando muy poco.
Una de las razones por las cuales algunas personas no dedican mucho tiempo a la oración es porque no disfrutan de ella. Mi hija Ruth aborrecía lavar los platos cuando estaba en casa. Era divertido para mí observar, a lo largo de los años, como las cosas que demandaban infinitamente más de su tiempo, y de una manera urgente y decisiva, venían justo después de terminar de cenar. Puesto que no le gustaba en absoluto lavar los platos, siempre había algo más prioritario que exigía su tiempo. Muchos cristianos tienen la misma actitud hacia la oración personal. Siempre parece haber para ellos alguna cosa más urgente que hacer. Su tiempo para orar es escaso porque otras actividades tienen prioridad sobre ellos. Algunos llegan a declarar incluso que «la oración es un trabajo arduo».
Me cuesta trabajo entender esto si la esencia de la oración es realmente una relación de intimidad con el Padre. Sería como decir: «Pasar tiempo con mi esposa, Doris, es un trabajo arduo». Jamás lo diría, por dos razones: primera porque no es arduo en absoluto, sino puro gozo; y segunda, que si lo dijera ella lo tomaría como un insulto, y con razón. ¿Acaso no tomará Dios una actitud como esa también como un insulto?
Disfrutar de la oración
John Wimber, “Prayer: Intimacy with God”, Equiping the Saints, noviembre-diciembre de 1987, ¿Cómo puede convertirse la oración personal en algo más agradable?
Me propongo escribir más acerca de la plegaria personal en otro libro de la presente serie sobre la oración, pero ya que desarrollar hábitos robustos en este campo es tan esencial para la preparación de los guerreros espirituales para la batalla, mencionaré brevemente cinco principios que le ayudarán mucho si desea disfrutar más de la oración:
• El lugar. Busque un sitio cómodo y tranquilo para convertirlo en su lugar habitual de oración.
El estar en un ambiente agradable y conocido le hará entrar antes en una actitud de comunión con Dios. Para que le ayude a relajarse tome consigo una taza de café o un vaso de jugo. No hay nada malo en sentirse bien cuando uno está orando.
• El tiempo. Estoy de acuerdo con Larry Lea en que una meta de tiempo razonable a largo plazo para la oración diaria es una hora. También comprendo que para muchos este será un objetivo para toda la vida el cual jamás alcanzarán de manera regular. Si está usted comenzando desde cero utilice objetivos a corto plazo y vaya aumentando el tiempo gradualmente. Si esto le parece muy dificil, intente empezar con cinco minutos y luego amplíelos a diez. En mi opinión, cinco minutos todos los días es mucho más valioso que quince cada tres días; aunque tanto lo uno como lo otro lo consideraría claramente inadecuado para la guerra espiritual a nivel estratégico.
• La actitud. Concéntrese en hacer de su tiempo de oración una relación personal con Dios. Me gusta lo que dice el pastor John Bisagno: «La oración es una conversación, una unión, un entretejerse de dos personalidades. Dios habla conmigo y yo con Él». Muchos de nosotros precisaremos de cierto esfuerzo y experiencia para que esto suceda, ya que no estamos acostumbrados a escuchar a Dios. Bisagno dice: «Esperar en Dios no es un mero pasar el tiempo en abstracto, sino un ejercicio espiritual definido durante el cual, después de haberle hablado usted a Dios, es El quien le habla a usted».
Pocas cosas harán más agradable la oración que el oír a Dios hablándole. Algunos expertos en ello toman incluso notas de lo que El les dice y llaman a esto «llevar el diario».
• El formato. Recomiendo encarecidamente el uso del Padrenuestro como formato diario para todo el tiempo de oración. Este consejo se ha dado a menudo desde la época de Martín Lutero. En cuanto a manuales de oración modernos, el que mejor me parece es Could You Not Tarry One Hour?, [¿No podrías tardar una hora?] de Larry Lea (Creation House).
• La calidad. La experiencia demuestra que la calidad de la oración es por lo general resultado de su cantidad, y no viceversa. Mientras desarrolla su vida de oración personal no se preocupe en demasía por la somnolencia o porque a veces se encuentre soñando despierto. La calidad llegará con el tiempo. Una vez oí decir a Mike Bickel, que si uno aparta sesenta minutos para la oración, puede conseguir cinco buenos minutos; pero luego esos cinco se convierten en diez; más tarde en veinte … y la calidad aumenta.
• El ayuno. De tanto en tanto, cuando los discípulos de Jesús tenían problemas tratando de echar fuera demonios, Él había de enseñarles que ciertos tipos solo salen mediante ayuno y oración (véase Mateo 17:21). Y en nuestro caso, así como nos es necesario el acercarnos a Dios por medio de la oración, también lo es hacerlo a través del ayuno. Parte del adiestramiento del campo de instrucción consiste en aprender a ayunar.
Muchos de los que leen este libro serán ayunadores experimentados y practicantes. Esta sección no es para ellos, sino para los que se están preguntando cómo empezar a hacerlo. Aunque hay muchas clases de ayunos, el más corriente, y el que recomiendo para empezar, es abstenerse de comida, pero no de bebida por un período de tiempo determinado. En cuanto a la bebida, todo el mundo está de acuerdo en que el agua es fundamental. Algunos añaden a ésta café o té, y otros jugos de frutas. Pero todos concuerdan en que un batido de leche por ejemplo, es demasiado y no respeta el espíritu del ayuno. Como sea, ayunar constituye una práctica intencional de negación de uno mismo, y esta disciplina espiritual ha sido reconocida a lo largo de los siglos como un medio de abrirnos a Dios y de acercarnos a El.
Yo creo que el ayuno debería practicarse tanto de forma regular como esporádica, según se precise o se acuerde. Personalmente soy sólo un principiante, de modo que he decidido disciplinarme a no comer nada entre la cena del martes y la comida del mediodía del miércoles. He descubierto que esto no es difícil de hacer. La peor parte fue tomar la decisión de hacerlo. Este es mi ayuno regular y ha quitado de mí toda reticencia en cuanto a esa práctica. Con esta base, los ayunos ocasionales más largos me resultan mucho más fáciles. Hace algún tiempo, por ejemplo, me invitaron a un retiro en el que habíamos de orar y ayunar todo el día y gracias al hábito que había adquirido no tuve ningún problema en hacerlo.
Algunas veces no animamos a ayunar a otros miembros del cuerpo de Cristo porque recordamos la reprensión de Jesús a los fariseos que pecaban haciendo un alarde público del
ayuno (véase Mateo 6:16–18). Sólo porque debamos ayunar en secreto ello no significa, en mi opinión, que tengamos que hacer del ayuno un secreto o no debamos animar a otros a practicarlo con nuestro ejemplo. Es por esto por lo que comparto mis presentes hábitos en cuanto al ayuno en este libro. ¡Necesitamos hablar más del ayuno y practicarlo más! A medida que ayunar se vaya convirtiendo más en una norma de nuestra vida cristiana diaria, como individuos y como congregaciones, seremos más eficaces en la guerra espiritual. El acercarnos a Dios mediante la oración y el ayuno es la segunda lección importante del campo de instrucción espiritual.
3. Limpiar las manos y purificar los corazones
En sus instrucciones para que nos sometamos a Dios, Jesús dice: «Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones» (Santiago 4:8). La limpieza de las manos tiene que ver con lo que uno hace y la purificación del corazón con lo que uno piensa o siente. Juntas constituyen un llamamiento a la santidad, y ésta incluye tanto la actitud como la acción. Adquirir santidad es algo básico para un guerrero espiritual. Por desgracia varios aspectos de la santidad se han sacado tanto de su proporción bíblica en estos tiempos, que en lugar de ser una bendición para la guerra espiritual, tal y como Dios quería, se ha convertido en una barrera para la misma. Este es un aspecto tan importante del adiestramiento en el campo de instrucción, que creo que debemos dedicarle bastante atención .
SANTIDAD PARA LA GUERRA
La santidad es tan indispensable para el guerrero espiritual como la buena vista para un piloto de combate. La mayoría de los dirigentes cristianos están de acuerdo con esto, pero algunos se quedan en el nivel de escuela primaria desarrollando el concepto de santidad. Proporcionan la leche de la palabra en cuanto a este tema, pero no parecen poder llegar a la carne. Otros, en su encomiable deseo de enfatizar la santidad, tienden a irse a un extremo convirtiéndola en un fin en sí misma. Si Dios nos bendice con la santidad suficiente, si ponemos todo nuestro empeño en abrillantar a los cristianos hasta que consigan estar lo bastante lustrosos, entonces el ministerio eficaz brotará supuestamente por sí solo. Esto tal vez sea una caricatura, pero constituye uno de los enfoques actuales que puede llevarnos fácilmente a la trampa del «bendíceme». Para ser efectivos en la guerra espiritual necesitamos comprender algunas de las implicaciones más profundas de la santidad.
Relaciones y reglas
Las dos facetas más importantes de la santidad cristiana son:
(1) las relaciones y
(2) la obediencia. Ambas se destacan en el libro de Gálatas, escrito expresamente para ayudar a los creyentes a vivir la vida cristiana como Dios quiere.
Las iglesias de Galacia eran una mezcla de creyentes de dos trasfondos distintos. Algunos eran judíos que habían recibido a Jesús como su Mesías, otros paganos que lo habían reconocido como su Señor. Los judíos lo sabían todo acerca de la obediencia a la ley, y Pablo tuvo que amonestar los a no volver a la idea de que el guardar la ley agradaría por sí solo a Dios. «¿Tan sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu ahora vais a acabar por la carne?» (Gálatas 3:3). Los judíos necesitaban que se les recordara que la base de nuestra santidad es la relación personal que tenemos con Dios como hijos suyos. necios
Por otro lado, los paganos sabían todo lo concerniente a los seres espirituales—en su caso los principados, las potestades y los malos espíritus—, y Pablo tuvo que amonestarlos a que no se volvieran nuevamente a las fuerzas demoniacas en momentos de necesidad o de crisis. «Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?» (Gálatas 4:9). A los paganos había que recordarles que la base de nuestra santidad no es sólo una relación, sino también la obediencia a Dios como nuestro dueño.
¿Cómo se armonizan entonces las relaciones y las reglas?
Creo que la respuesta a esta decisiva pregunta queda clara cuando consideramos tres aspectos vitales de nuestra relación con Dios.
1. Dios es nuestro Padre. Empezamos por una relación de amor con Cristo. Somos hijos y decimos: «¡Abba, Padre!» (Gálatas 4:6).
2. Dios es nuestro dueño. Tenemos un amoroso deseo de obedecer la voluntad de Cristo.
Somos esclavos y obedecemos: «Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo»
(Gálatas 4:1).
3. Jesús es nuestro modelo. Queremos ser semejantes a Cristo. Pablo se dirigía con estas
palabras a los creyentes gálatas: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gálatas 4:19). La santidad es ver a Cristo en nuestra persona.
La santidad no consiste en amar a Jesús y hacer lo que uno quiere, sino en amarle y hacer lo que quiere Él.Toda relación, del tipo que sea, tiene sus demandas. Mi esposa Doris y yo mantenemos una buena relación desde hace más de cuarenta años. Pero eso no sucede automáticamente. Cada uno de nosotros tiene su propia personalidad y su juego de normas que la acompañan. Hemos descubierto que nuestra relación es mejor si observamos cada uno el conjunto de normas del otro. Y lo mismo sucede en nuestra relación con Jesús. Cuanto antes aprendemos las reglas y las guardamos, tanto mejor nos llevamos con El.
Los principales pasajes del Nuevo testamento acerca de la santidad, tales como Efesios 4:17–32 y Colosenses 3:5–24, enuncian dichas reglas con cierto detalle. En Gálatas, Pablo menciona tanto las obras de la carne (Gálatas 5:19–21) como el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23).La santidad no consiste en amar a Jesús y hacer lo que uno quiere, sino en amarle y hacer lo que quiere El. La relación es fundamental, pero ¿cómo sabemos si nos estamos relacionando adecuadamente con Jesús? «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos» (1 Juan 2:3).
¿Quién es santo?
Si la santidad es un requisito previo para la guerra espiritual, ¿puede ser una persona realmente
santa? [p 141] ¿Puedo declarar que he alcanzado la santidad? Y si no … ¿por qué seguimos exhortándonos unos a otros a ser santos?
Al principio estas preguntas pueden parecer desconcertantes, pero el desconcierto se desvanece si hacemos dos preguntas en vez de una. La primera es: ¿Puede alguien ser santo? La respuesta es sí. Todos los cristianos son santos. La segunda: ¿Puede ser alguien lo bastante santo?
Esta vez la contestación es no. Ningún cristiano es suficientemente santo. Es importante, naturalmente, asegurarnos de que comprendemos lo que significa la palabra «santidad». El término griego hagios quiere decir «ser apartado». Bíblicamente el sentido es «ser apartado para Dios» y es sinónimo de «santificación». Pero el énfasis de la Biblia está más en la relación que en el ser apartado.
En el sentido de ser apartado para Dios, cada cristiano ha sido hecho santo por medio del nuevo nacimiento. Pedro nos llama «real sacerdocio» (1 Pedro 2:5) y «nación santa» (1 Pedro 2:9). Y Jesús nos presentará «santos y sin mancha e irreprensibles delante de él» (Colosenses 1:22). Pablo recuerda a los creyentes de Corinto: «Ya habéis sido santificados … por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11). Si ha nacido usted de nuevo, puede decir verdaderamente: «Sí, soy santo».
Lo que no puede decir es: «Soy lo bastante santo». Posicionalmente, como hijo de Dios, ya no practica usted el pecado: «Todo aquel que permanece en él, no peca» (1 Juan 3:6). Pero aunque el deseo de su corazón, motivado por el Espíritu Santo, es no seguir practicando el pecado como estilo de vida, todavía no es usted perfecto. De hecho peca, y será mejor que lo reconozca: «Sidecimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» [p 142] (1 Juan 1:8). Por eso nos dice Jesús que oremos a diarlo: «Perdónanos nuestras deudas …»
Madurar en santidad
Pero si no podemos ser nunca lo bastante santos, ¿podemos ser más santos de lo que éramos, por ejemplo, el año pasado? ¡Desde luego! Creo que puedo decir honestamente que en 1990 era más santo que en 1980. Espero, planeo y pretendo de todo corazón ser aún más santo de aquí a diez años. Y dentro de veinte, según las tablas del seguro, al fin seré probablemente lo bastante santo, ¡ya que estaré en la presencia de Jesús!
En su entusiasmo por alcanzar una mayor santidad, algunos han caído en la tentación que Pablo estaba tratando de advertir a los Gálatas. Han seleccionado ciertas acciones externas o experiencias como pruebas visibles de haber alcanzado la santidad, o la santificación, o la plenitud del Espíritu. Los miembros de algunas iglesias se guiñan el ojo unos a otros y expresan: «Yo tuve mi experiencia en 1986. ¿Cuándo la tuviste tú?»
Hace algunos años, mientras me cortaba el pelo, el barbero me dijo que había tenido su experiencia hacía catorce años y que desde entonces no había pecado. El alcanzar unos ciertos niveles exteriores, por buenos que éstos sean, no constituye un criterio bíblico para medir la santidad. Mucho más importante es la santidad interna o del corazón. La dirección en la que uno va tiene más significación que los logros externos, como indican claramente las palabras de Jesús a los fariseos en Mateo 6.
La razón de las normas externas
¿Para qué sirven entonces las normas externas? Nos ayudan de tres maneras en nuestra búsqueda de la santidad: Primeramente, aunque como ya hemos visto que no podemos definir la presencia de santidad en nuestras vidas por el cumplimiento de las normas externas, éstas sí nos son útiles para detectar la ausencia de santidad. Si utilizamos en vano de manera habitual el nombre del Señor, si tenemos relaciones sexuales extramatrimoniales o si falsificamos informes económicos—por dar tres ejemplos—, podemos estar seguros de que no somos santos. En segundo lugar, las normas externas son indicadores de madurez. Dios es un buen padre que comprende a sus hijos espirituales, pero también espera de ellos que crezcan, al igual que nosotros con nuestros hijos naturales. ¿Qué padre no ha dicho a su hijo en el primer año de enseñanza elemental: «¡Deja de comportarte como un niño de dos años!»? Algunas veces Dios tiene que decirnos eso a nosotros. Pablo estaba manifestando su frustración con los corintios cuando les dijo con hastío: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo» (1 Corintios 3:1). Tenga en cuenta que esta madurez espiritual se hará más evidente a través de rasgos maduros del carácter que marcando con una equis las casillas de alguna lista de reglas.
En tercer lugar, los niveles más altos en el Nuevo testamento son para los dirigentes. Como reflejan los requisitos de los ancianos y diáconos en las epístolas pastorales, las acciones externas y los testimonios visibles, manifiestos y públicos, son condiciones necesarias, no para evitar la excomunión de la iglesia, sino para ser apto para posiciones de liderato.
¿Cuánta santidad se precisa?
Aunque los cristianos no sean nunca lo bastante santos, si pueden crecer en santidad. ¿Hasta dónde deberán progresar para poder ejercer el ministerio? ¿Cuánta purificación necesitan los soldados antes de ser enviados al frente? Al contestar a estas preguntas es preciso evitar cuatro peligros:
1. El esperar a ser perfecto antes de lanzarse. Esto da como resultado la parálisis en el ministerio, ya que nadie llega nunca a la perfección en esta vida.
2. Considerar la santidad como un fin en sí mismo, lo cual tiene como consecuencia el síndrome del «bendíceme» que tantos están tratando de evitar en estos días.
3. Esperar que el ministerio se autogenere desde una vida santa. El resultado de esto es que el viaje interior llega a convertirse en un callejón sin salida. El ministerio requiere motivación e iniciativa sea cual sea el nivel de santidad alcanzado.
4. Relacionar la eficacia en el ministerio con el cumplimiento de ciertos indicadores externos de santidad. Esto lleva al orgullo y al egocentrismo.
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