Finalmente, en Salmos 50:23 Dios nos dice: “El que ofrece sacrificio de acción de gracias me glorifica”(heb.). Aquí la expresión acción de graciaspuede también traducirse como alabanza. El Señor está esperando que le elevemos nuestras alabanzas. Ninguna otra acción glorifica tanto a nuestro Dios como la alabanza. Llegará el día en que todas las oraciones, profecías y obras cesarán; pero en ese día, nuestras alabanzas serán mucho más abundantes que hoy. La alabanza perdurará por la eternidad; nunca cesará. Cuando lleguemos a los cielos y arribemos a nuestra morada final, nuestras alabanzas se elevarán aún más alto. Hoy tenemos la oportunidad de aprender la lección suprema; podemos aprender a alabar a Dios hoy mismo.
Ahora vemos por espejo, obscuramente (1 Co. 13:12). Si bien podemos vislumbrar ciertas cosas, aún no podemos comprender lo que ellas representan. Apenas sentimos el dolor que nos causan tanto nuestras heridas internas como las tribulaciones externas que enfrentamos y experimentamos, pero no entendemos el significado que encierran tales cosas; por consiguiente, no alabamos. Tengo la certeza de que las alabanzas abundarán en los cielos puesto que allí se tendrá pleno conocimiento de estas cosas. Mientras más completo sea nuestro conocimiento, más perfecta será la alabanza. Todo estará claro cuando estemos frente al Señor en aquel día. Las cosas que hoy no entendemos claramente, en ese día las comprenderemos. En ese día, veremos cuán excelente es la voluntad del Señor en cuanto a todos los aspectos de la disciplina del Espíritu para con nosotros. De no haber sido por la disciplina del Espíritu, ¡habríamos descendido a niveles inimaginables! Si el Espíritu Santo no hubiese impedido ciertas acciones nuestras, no podemos imaginar siquiera lo lastimosa que hubiese sido nuestra caída. Muchas cosas, miles, incluso millones de ellas, que hoy no entendemos, nos serán aclaradas ese día. Cuando en ese entonces lo veamos todo claramente, inclinaremos nuestra cabeza y le alabaremos diciendo: “Señor, Tú nunca te equivocas”. Cada aspecto de la disciplina del Espíritu Santo representa la obra que Dios lleva a cabo en nosotros. Si en tal ocasión no nos hubiéramos enfermado, ¿qué nos habría sucedido? De no haber fracasado en aquel momento, ¿qué hubiera sido de nosotros? Puede que lo acontecido haya sido un problema para nosotros; sin embargo, al enfrentar tales problemas nos evitamos peores complicaciones.
Tuvimos que enfrentarnos a lo que constituyó una desgracia para nosotros, pero debido a esa situación, mayores infortunios fueron evitados. En ese día conoceremos cuál fue la razón de que el Señor permitiera que esas cosas nos sucedieran. Hoy día, el Señor nos guía en todo momento, paso a paso. En ese día inclinaremos nuestra cabeza y diremos: “Señor, que insensato fui por no haberte alabado aquel día. Fui un tonto porque no te di las gracias aquel día”. Cuando nuestros ojos sean abiertos y veamos claramente en ese día, cuán avergonzados estaremos al recordar nuestras murmuraciones. Es por eso que hoy debemos aprender a decir: “Señor, no logro comprender lo que Tú haces, mas sé que no puedes equivocarte”. Tenemos que aprender a creer y a alabar. Si lo hacemos, en ese día diremos: “¡Señor! Te agradezco por Tu gracia que me salvó de quejas y murmuraciones innecesarias. ¡Señor! Te agradezco por la gracia que me guardó de murmurar en aquellos días”.
En muchos asuntos, cuando los conozcamos más a fondo, más grandiosas serán nuestras alabanzas. En nosotros existe el deseo de alabar al Señor debido a que Él es bueno (Sal. 25:8; 100:5). Debemos decir siempre: “El Señor es bueno”. Hoy debemos aprender a creer que el Señor es bueno y que Él nunca se equivoca, aunque no siempre podamos entender lo que está haciendo. Si creemos, le alabaremos. Nuestras alabanzas son Su gloria; al alabarle, le glorificamos. Dios es digno de toda la gloria. Que Dios obtenga de Sus hijos alabanzas en abundancia.
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