La primera corresponde a los problemas provocados por nuestro entorno y por los asuntos que nos ocupan. En dicha categoría recae el problema que confrontaba Josafat. La alabanza constituye la manera de vencer esta clase de circunstancias problemáticas.
La segunda categoría la conforman aquellas cosas que nos afectan de una manera personal. Es probable que, por ejemplo, nos hayamos ofendido por causa de ciertas palabras hirientes. Tal vez algunas personas nos ofendan o nos vituperen, nos maltraten o nos contradigan, nos aborrezcan sin razón alguna o nos difamen sin motivo alguno. Quizás tales acciones nos parezcan intolerables y nos sea imposible olvidarlas.
Estos problemas están relacionados con nuestra victoria en un plano personal. Tal vez un hermano nos diga algo inapropiado o una hermana nos trate mal y, quizás, nos resulte imposible superar tales cosas. Entonces, todo nuestro ser lucha, se queja y gime por justicia. Probablemente nos sea difícil perdonar y no podamos superar los sentimientos que nos embargan. Quizás se haya cometido alguna injusticia en contra de nosotros, o tal vez se nos haya calumniado u hostilizado, pero el caso es que nosotros no podemos olvidarnos de ello. En tales ocasiones, la oración no sirve de mucho. Uno desea luchar y arremeter en contra de ello, pero está maniatado; mientras más trata de deshacerse de tal carga, más oprimido se siente. Así, uno descubre lo difícil que es vencer tales sentimientos. En tales momentos, les ruego tengan en cuenta que el agravio o injusticia del cual son víctimas es demasiado grande y, por ende, no es el momento para orar, sino para alabar. Uno debe inclinar su cabeza y decirle al Señor: “Señor, gracias. Tú nunca te equivocas.Lo que Tú dispones siempre es bueno. Lo que Tú haces es perfecto”.
Cuando alabe a Dios así, su espíritu se remontará por encima de sus problemas; superará aun sus heridas más profundas. Si uno se siente injuriado, ofendido, es porque no alaba lo suficiente. Si usted es capaz de alabar al Señor, las heridas infligidas se volverán alabanzas; su espíritu se remontará a las alturas y le dirá a Dios: “Te doy gracias y te alabo. Tú nunca te equivocas en ninguno de Tus caminos”. Ésta es la senda que debemos tomar ante el Señor. Deje atrás todo lo demás. Esto es glorioso; esto es un verdadero sacrificio.
La vida cristiana se eleva mediante las alabanzas. Alabar consiste en sobrepasar todo a fin de tener contacto con el Señor. Éste fue el camino que el Señor Jesús tomó cuando anduvo en la tierra. Nosotros debemos tomar la misma senda. No debemos murmurar en contra de los cielos si somos probados, sino, más bien, remontarnos por encima de las pruebas. Una vez alabamos al Señor, nos remontamos por encima de las tribulaciones. Si otros buscan abatirnos, con mayor razón debemos responder resueltamente diciéndole al Señor: “¡Te doy gracias y te alabo!”. Aprendamos a aceptar todas las cosas.
Aprendamos a conocer que Él es Dios. Aprendamos a conocer cuál es la obra de Sus manos. No hay nada que lleve al hombre a crecer y a madurar en la vida divina como el ofrecer sacrificios de alabanza. Debemos aprender no sólo a aceptar la disciplina del Espíritu Santo, sino también a alabar a Dios por ella. Es necesario que no sólo aceptemos la disciplina del Señor, sino que, incluso, nos gloriemos en ella. No solamente debemos aprender a aceptar ser corregidos por el Señor, sino también a aceptar dicha corrección gustosa y jubilosamente. Si lo hacemos, se nos abrirá una puerta amplia y gloriosa.
1 comentarios:
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